[Víctor Corcoba]

Algo más que palabras

También sueño con la paz

II

Estos héroes de la esperanza (los Cascos Azules) saben bien que cuando dos se abrazan de corazón, el mundo no sólo se llena de gozo, también se propaga este entusiasmo y nace un nuevo mundo. Nos hemos acostumbrados a levantar demasiados muros y no suficientes puentes. Requerimos menos divisiones y más unidad, no uniformidad, pero sí unión de latidos diversos para que se armonice la noche con el día, la llama con las sombras, la frialdad con la gratitud, y hasta la gratuidad con el costo. Al final necesitamos de la poesía para todo, para iluminarnos y calentarnos, para recrearnos y redimirnos, para ser más auténticos y más buscadores de la verdad, que es el mayor bien que los seres humanos pueden desear en esta vida.

Sin la veracidad nada permanece, por eso es fundamental educar bajo el horizonte de una certeza a transmitir, de lo contrario no hay educación. El efecto de las falsedades ya los sufrimos en nuestra propia carne, y así no nos embellecemos, más bien nos aborregamos. Por eso, quizás más que nunca, necesitamos estas fuerzas de verdad que luchan por mantener la paz arriesgando su propia existencia. Desde el comienzo de estas misiones de Naciones Unidas, más de 3.300 cascos azules han dado su vida por la paz, de los cuales 125 fallecieron el año pasado. Ante estos soñadores de la paz, portadores de un cielo azul, pienso que contribuir eficazmente a un futuro de paz es el más sublime quehacer que nos podemos injertar en nuestro paso por esta vida.

El futuro es nuestro y la protección de toda vida ha de ser la primera finalidad de cualquier misión de mantenimiento de paz. Nos merecemos vivir y también nos merecemos, por exclusivo sentido natural de supervivencia, ser asistidos por nuestros semejantes ante cualquier contienda. Por eso, de cara a ese porvenir, el mantenimiento de estos ángeles de la vida son vitales para superar algunos de los más destructivos conflictos mundiales…

Nosotros mismos, cada cual consigo, somos nuestro peor enemigo. No lo olvidemos. Nada puede destruir a la estirpe humana, excepto la estirpe misma. De ahí, la importancia de asimilar de que nada de lo que ocurra a un ser humano, por insignificante que nos parezca, nos debe resultar ajeno. Y en este sentido, tras muchos años de sacrificio y esfuerzo, estas misiones emblemáticas, -como reiteradamente ha dicho el Secretario General de Naciones Unidas-, se han ganado un lugar como símbolo de esperanza para millones de personas que viven en zonas sacudidas por la guerra.

Realmente necesitamos vivir de la ilusión, sin obviar por supuesto los recuerdos, puesto que el corazón de todo ser humano alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que es inherente un anhelo poético de comunión con sus semejantes. Hay un denominador común, que no es otro que el de acogernos y querernos, porque somos seres vivos en permanente relación. Jamás seremos felices encerrándonos en nosotros mismos. Hemos de hacer comunidad, y el mundo está muy bien que se globalice, pero lo primordial es que se fraternice, y comparta el destino de la unidad desde lo heterogéneo.

Ahora bien, es primordial cambiar los lenguajes, comprometerse por despojarse de poderes perecederos y ser más luz en el horizonte. Si en verdad queremos edificar un mundo feliz con unos moradores gozosos, hay que tomar una determinación firme, perseverante y verdadera, empeñarse por el bien de todos, por universalizarnos con el deber de solidaridad, lo que exige que las naciones ricas ayuden a los países menos desarrollados. Al fin y al cabo es un deber de justicia social hacerlo. Verdaderamente, la providencia nos ha dado el sueño, ahora nos resta a los humanos hacer que esa visión de ensueño nos fraternice con una igualdad de esperanzas en el logro de nuestros fines. Bajo este anhelo del ser humano unido, la paz es posible, porque es una virtud, un estado del alma, una disposición a la comprensión, a la benevolencia, al respeto por nuestro específico linaje.

Así pues, considero que toda actividad humana ha de ser menos competitiva y si hay algo por lo que ha de distinguirse es por ser una actitud de servicio hacia los más débiles. La donación es el alma de esa fraternidad que, a mi juicio, es lo que construye la armonía de la que todos hablamos, pero con la que pocos soñamos para desgracia nuestra.

El autor es escritor.

corcoba@telefonica.net

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