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[Ramiro H. Loza]

La claridad de lo real indefinido

Ramiro H. Loza Calderón

Desde Buenos Aires el auto exiliado sólo ambiciona su retorno, no importa el precio. Hoy desprecia la salud pública en tiempos de pandemia del Covid 19 como la menospreció desde el poder. Sus pérfidas instrucciones empezaron por someter al hambre a los centros urbanos y como parte de sus ensayos de terror, ahora vuelve al bloqueo –arma efectiva desde sus tiempos de mangoneo de cocaleros—, taponando con su gente de Kara Kara el acceso al depósito de los desechos sólidos de Cochabamba.

Pone en boca de los bloqueadores de Kara Kara su retorno a las calles para ganar el pan de cada día y, para su mayor comodidad, levantar la cuarentena. Que no vean los ciegos, pero es un frío plan de asfixia de los cochabambinos por la acumulación de basura durante muchos días, incluida la diseminación del corona virus, todo es bueno si sirve al designio archiconocido. ¿Estamos ante un plan de guerra entre compatriotas o frente a un caso clínico mental? Tampoco valen un adarme las víctimas inocentes, al paso que vamos. El déspota de ayer, sugerido para el Premio Nobel de la Paz, ha dictado su angelical y franca condena. ¡Sálvese quien pueda!

Cuando el vasallaje a sus órdenes se reúne con la gobernadora, el alcalde y otras autoridades que no tardan en acceder a sus demandas –más supuestas que reales— el libreto de Buenos Aires se extrema y sus parciales exigen elecciones en el plazo de noventa días –rara coincidencia con los dos tercios del Legislativo— acabando por fulminar la renuncia de Jeanine Áñez y de Arturo Murillo. Esto por imposible disuelve las tratativas. Está confesada y sellada la índole política del movimiento y extingue sus pretendidos móviles sociales.

¿Salir a la venta en las calles? Si ellas se agolpan de oferta en plena cuarentena y las ferias, bien gracias, como de costumbre. Siempre estamos en lo mismo; cómo tan pocos oprimen tanto y, por tanto tiempo, a muchos, a todos. ¿El secreto no será la paga y la promesa fingida y nada leal? Lo demuestran los precedentes catorce años. No cabe grandeza y menos sinceridad en el fingimiento, únicamente existe la fe de la verdad, paráfrasis que creemos adecuada.

Este reto no se circunscribe a Kara Kara, tiene ramificaciones claramente concertadas desde el exterior en diversos extremos del territorio: zonas de El Alto, Ivirgarzama, Cajuata, Eucaliptus, Bermejo, Yapacaní, San Carlos, etc. Se diría que se estrecha amenazante el cerco al Gobierno Transitorio y es el primer paso de una insurrección. A modo de condimento se agrega el vejamen a médicos y enfermeras, la pedrea a los buses que los transportan, las ambulancias con pacientes no son la excepción. Estas violencias no tienen similar en el planeta entero. Parece que el Gobierno no debiera dormir tranquilo. La subversión ama la debilidad. Pero no es solamente interés de los gobernantes, bastante desprolijos en su administración y en sus decretos contradictorios. ¡Vaya!, nunca serán todos los gobernantes.

¿Dónde están en estos momentos los hombres y mujeres “pititas”? El silencio al que los ha condenado la cuarentena y posiblemente algo más los ha enmudecido y han bajado la guardia. A. Lamartine decía al “pueblo liberto de ayer, el menor ruido le recuerda sus cadenas”. Las cosas descontroladas que vemos a diario no se limitan a un gobierno transitorio que emergió de la unidad y tenaz lucha del pueblo citadino, condena también a ese movimiento histórico que vimos de mucho tiempo y que no tiene sentido dejarlo escapar de las manos por la dispersión y la inacción.

El autor es jurista, escritor y periodista.

 
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