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[Luis Antezana]

Insurrección popular y no golpe de Estado tumbó a Evo


I

Una polémica se produce en medios políticos del país desde hace un año. Mientras una parte sostiene que el levantamiento de noviembre de 2019 fue una insurrección popular, otra insiste en que fue un golpe de Estado el que puso fin a catorce años de gobierno de Evo Morales. El debate ha ido creciendo y se ha embrollado sin que, finalmente, se sepa qué pasó, creando en la población, políticos e historiadores verdadera confusión. Pero solo los hechos dicen la verdad histórica.

Las elecciones 20 de octubre de 2019 estuvieron saturadas de sospechas y críticas porque se trataba de una reelección anticonstitucional como fruto del referéndum revocatorio -21 F- y un cúmulo de denuncias que crearon una situación política revolucionaria en el país. Los escrutinios revelaron una serie de incorrecciones que reconoció la OEA, apreciación que fue la gota de agua de colmó la paciencia popular y precipitó una conmoción social que maduraba desde meses atrás.

El sábado 9 de noviembre esa eclosión se convirtió en una gigantesca insurrección triunfante de masas populares en La Paz y a lo largo y ancho de todo el país, acción social que tomó el poder en todos los pueblos y ciudades, expulsó al gobierno del MAS y puso en fuga a los mandatarios Evo Morales, Álvaro García y compañía

A mediodía del sábado 9, en ese hangar presidencial de El Alto, Evo Morales (que en la mañana propuso anular las elecciones y llamar a otras) convocó a reunión de gabinete que duró desde las 10 de la noche hasta la madrugada del domingo, mientras la ciudad de El Alto se convertía en escenario de violencia porque una poblada masista trató de destruir las torres de trasmisión, la misma que fue repelida por el vecindario antievista.

El domingo10 de noviembre en la madrugada, Evo Morales recibió una llamada de la OEA que le hacía conocer que ese organismo iba a difundir un Informe provisional sobre las elecciones del 20 en el que pedía realizar un nuevo acto electoral, noticia que preocupó a Evo y pidió confirmación. Impaciente, ordenó llamar a Almagro a la OEA que no contestó por estar durmiendo (4 de la madrugada), llamada que consideró ofensiva porque le iba a ordenar que oculte el informe.

Sin recibir respuesta, Evo esperó hasta las 7 de mañana para llamar a una conferencia de prensa que, pese a la distancia y a las dificultades del bloqueo de las calles, se realizó y en la que anunció que se iba a organizar un nuevo Tribual electoral y se llamaría a nuevas elecciones, afirmación que recibió la opinión pública con escepticismo y rechazaron algunos jefes políticos.

Esa mañana trascurrió en medio de gran tensión hasta que a medio día se informó que la COB llamó a conferencia de prensa, oportunidad en que Guarachi comunicó que pedía la renuncia de Evo, lo que determinó que a las 3 de la tarde se desbandaron los ministros que estaban en reunión de gabinete.

A las 4:30 de la tarde de ese 10 de noviembre, las Fuerzas Armadas pidieron la dimisión de Evo Morales, lo que consolidó el proceso insurreccional. En La Paz, el pueblo llenó todo el centro administrativo, cercó el Palacio de Gobierno y pugnaba por ocuparlo para consolidar la victoria.

Entre tanto, desde mediodía del domingo, en el hangar oficial de la FAB de El Alto, el ministro Canelas citó a una reunión a representantes de Comunidad Ciudadana, acordándose realizarla en oficinas de la Editorial Plural, en Sopocachi, acto que se realizó alrededor de las 3 de la tarde, con asistencia de José Antonio Quiroga y Ricardo Paz. Canelas estaba acompañado de Adriana Salvatierra. Entre los asistentes se afirmaba que Fernando Camacho --convertido en caudillo del levantamiento-- tome el poder y que era necesario oponerse al intento. Canelas propuso la dimisión de Evo Morales, pero no de Álvaro García, lo que fue rechazado. La proposición fue aprobada por teléfono por Carlos Mesa. Enseguida se consideró la necesidad de organizar un gobierno de unidad con participación de Conade. Se habló, entre broma y broma, de la distribución de ministerios. Ese fue el primer intento de arrebatar el poder a la insurrección en marcha.

Hacia las 4 de la tarde del domingo 10, llegó por televisión la noticia que Evo y Álvaro habían renunciado. En medio de esos hechos, Adriana Salvatierra renunció a la presidencia del Senado. Cerca de medianoche, José Antonio Quiroga, de CC, recibió una llamada telefónica de un allegado del presidente de México, reveló la preocupación por la vida de Evo Morales y ofrecía asilo en caso necesario para el dimitente. Entre tanto, desde Chapare, Evo Morales insistía en hablar con Almagro, una vez que supo que éste iba a publicar su informe sobre las elecciones, comunicado que, al siguiente día, difundió la OEA en el que pedía la anulación de las elecciones.

Evo Morales se iba quedando en la soledad en medio del crecimiento del movimiento popular y dudas sobre el comportamiento de las Fuerzas Armadas y la Policía, sospecha que empeoró cuando sus ministros empezaron a renunciar en seguidilla. Otro rumor: la Fuerza Aérea daba señales de oposición y que no autorizaría el vuelo de sus naves. Aumentaron también, versiones de amenazas a la vida de Evo y sus seguidores.

La situación en el hangar de El alto era angustiosa por lo que había que decidir a qué hacer sin tardanza. En esa forma, una reunión de Evo y ministros aprobó volar al Chapare y a las 4 de la tarde de ese domingo, el avión FAB-001 decolaba con tres pasajeros. Casi simultáneamente, las Fuerzas Armadas emitían un comunicado demandando que el “presidente del Estado renuncie a su mandato presidencial”. Casi una hora después, el avión presidencial iba a aterrizar en el Chapare, pero ocurrió que, en vez de hacerlo en la terminal militar, aterrizaba en la terminal comercial donde esperaban militares armados, lo que se consideró como posible secuestro. Pero, en esos momentos, llegó al aeropuerto una multitud de cocaleros que acogieron a Evo, lo llevaron a Lauca Eñe. Lo refugiaron en una choza donde durmió en un colchón de paja. A decir de Evo, los cocaleros le salvaron la vida.

En seguida, en Lauca Eñe, cerca de las cinco de la tarde del 10 de noviembre, por la emisora radial “Causachun Coca” anunció “a los hermanos bolivianos y a todo el mundo … que he decidido renunciar … a mi cargo de presidente”. (Sic). Le siguió con igual decisión el vicepresidente García.

En esa forma, la insurrección no solo del pueblo de La Paz, sino de todo el pueblo, puso fin al gobierno de Evo Morales. No se trató, pues, del derrocamiento de Evo Morales por un “golpe de Estado”, como interpretó el caudillo depuesto, sino producto de una insurrección popular nacional. Es más, el país estaba sin gobierno y en La Paz, los políticos trataban de encontrar solución a ese estado de cosas.

La insurrección había triunfado en toda la línea sin dar un disparo y solo como acción de masas. Se derrumbó fácilmente toda la estantería del aparato de poder del MAS. Pero (y este es un pero muy importante) nadie tomaba el poder para culminar así el proceso político triunfante. Los partidos políticos que buscaban el cambio de gobierno brillaban por su ausencia y sus dirigentes estaban lejanos de la realidad. Ninguno cumplió su responsabilidad de tomar el poder como exigían las leyes de la insurrección y la tradición política boliviana.

Cuando a las 4:30 del 10 de noviembre, Evo Morales anunció su renuncia a la presidencia de Bolivia, la ciudadanía del país ocupó las calles para festejar la victoria y el final de la autocracia. Las calles de La Paz se llenaron de festejantes y empezaron a concentrarse alrededor de la Plaza Murillo, mientras algunos manifestantes empezaron a bloquear el ingreso de la población victoriosa a la Plaza Murillo e inclusive evitar pasar dos o tres cuadras alrededor de la Plaza. Se trató de una medida contrarrevolucionaria que evitaba al pueblo culminar su triunfo insurreccional. Inclusive se prohibió el paso a Carlos Mesa y sus asesores, orden que cumplieron sumisamente.

Entre tanto, Fernando Camacho que llegó a la Plaza Murillo en momentos que Morales dimitía, ingresó al local policial de la UTP y allí supo de la renuncia de Evo y Álvaro. Momentos antes estuvo organizando grupos para viajar a Oruro para rechazar a masistas que marchaban de Potosí a La Paz y Oruro para combatir la revolución, medida que no fue necesaria al saberse la dimisión de los gobernantes.

Con voluntad política, Camacho salió de UTOP y se dirigió al Palacio entre apoyos y aplausos de la gente que creía que estaba yendo a tomar el poder y declararse presidente de una Junta provisional de gobierno. Ingresó al Palacio, Biblia en ristre, pasó al hall central, se arrodilló y “colocó ceremoniosamente su Biblia sobre las iniciales R.B., se inclinó ante ellas bajando la cabeza casi hasta tocarlas”. (Versión del periodista Cristian Luque).

Así, Camacho tomó el Palacio Quemado, pero no tomó el poder. Enseguida, se retiró del edificio. La rebelión tenía cuerpo, pero no cabeza.

En esas circunstancias, como resultado lógico de la insurrección, el gobierno nacional debió ser asumido por representantes del movimiento y no por extraños que se atribuían su paternidad. Ciertamente, como confirman los hechos, no fue golpe de Estado el que produjo la caída del gobierno del MAS, sino la insurrección popular.

En síntesis, la insurrección derribó al gobierno de Evo Morales y el pueblo boliviano festejaba regocijado el acontecimiento. No fue, por tanto, un golpe de Estado el autor del derrocamiento, porque no había a quién derribar, pues Evo y Álvaro ya habían fugado y renunciado. Tampoco fue la capacidad del gobierno lo que determinó el desenlace, sino la incapacidad de la oposición. (Sigue).

 
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