Su marca es la unidad, pero su esencia es el cálculo

Erick Fajardo Pozo

El Frente Amplio fue sólo una plataforma de despegue para Doria Medina. Sus asesores le advirtieron que lanzarse bajo la fórmula de Unidad Nacional, un partido sin representación política real ni base territorial, el eterno tercero marginal a la disputa por el poder en todos los anteriores comicios, no era lo más aconsejable para alguien que pretendía ser la primera fuerza política de oposición y “el candidato de la unidad”.

Había que inflar la imagen de “hombre-pueblo” del candidato ante la inexistencia de una base social o una militancia nutrida. La receta fue la misma de los anteriores comicios: el Frente Amplio. Ni el nombre cambió.

En un escenario ya sin grandes partidos, diezmados por el organismo electoral pro-gubernamental, Doria pacta con el MNR para subsanar la carencia de un aparato político territorial (UN no es un partido, sino una personería jurídica) y al carecer de figuras propias para candidaturas uninominales opta por una plataforma de “hombres-voto”.

Ahí entran Loyola Guzmán, el hermano de Quiroga Santa Cruz, el ex ministro de Carlos Mesa Saúl Lara, etc., como “señales” de un liderazgo occidental de orientación progresista. El problema de invocar personalidades, de levantar tótems políticos para fortalecerse, es que estos tienen trayectoria propia, a veces más frondosa y potable que la del mismo candidato. Los acuerdos con ellos son de igual a igual, en el mejor de los casos.

Pero, sin importar cuánto se reinvente publicitariamente, Doria es hijo del neoliberalismo ortodoxo y su percepción de la política no podría ser sino pragmática: Los comicios son asunto estadístico y las alianzas nada tienen que ver con coherencia programática sino con cifras. Es así que a media campaña descubre que aquellos que le sirvieron para despegar electoralmente se han convertido en lastre a la hora de asociarse a su esquiva contraparte oriental, y decide deshacerse de sus aliados, obviando aun la cortesía de notificarles que su papel en la comedia concluyó.

Cuando se hace evidente que los acuerdos fueron apenas el mecanismo formal para reclutar figuras que mejorarían el reparto en cartelera, relleno para hacer volumen y darle al candidato mejor base de negociación con otros aspirantes de oposición, entonces esas figuras rompen el acuerdo y se marchan sustrayendo todo capital político que pudieron aportar al lanzamiento del candidato y a la eventual captura de curules uninominales.

Pero hay un daño incuantificable que estas dimisiones en el primer cinturón le hacen a la marca del candidato: y es que desbaratan ese nuevo rostro publicitario que se pretendió construir con dos elementos que Doria jamás tuvo: rostro humano y liderazgo nacional.

Doria no es un candidato con base social, no es un líder carismático con colchón electoral propio, es un producto de mercadotecnia que depende del entorno simbólico que se construye a su alrededor. Cree que la incorporación de Costas y su agrupación le garantiza el oriente, pero lo poco que ese deteriorado liderazgo le reditué en Santa Cruz probablemente le cueste al empresario el apoyo uninominal que pudo lograr en La Paz, Cochabamba y aun el aparato movimientista en Pando y Beni, si no logra convencer al menos a una parte de sus aliados de que no los utilizó sólo para un rimbombante arranque electoral que le ayudara a mejorar la percepción de “músculo” político y eventualmente “bajar” a los otros candidatos.

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