MUNDO LITERARIO

José Zorrilla

Muy español, dotado de una fecundidad creadora, supo recoger los murmullos más secretos de la España tradicional y cristiana. Romancero como ninguno, tanto en la lírica, en el teatro como en la poesía narrativa.


José Zorrila y Moral. Hace 171 años, aproximadamente, estrenó su hoy famosa obra “Don Juan Tenorio”, escrita en veinte días a pedido de un empresario de teatro.

José Zorrilla, gran poeta y dramaturgo español, nació en Valladolid el 21 de febrero de 1817, hijo de José Zorrilla, superintendente de policía y su madre Nicomedes Moral, dedicada a la ayuda de familias necesitadas.

José de pequeño ingresó en el seminario jesuita de Nobles, donde inició sus primeras inquietudes teatrales. Posteriormente fue enviado a estudiar Derecho a la Real Universidad de Toledo, aunque el díscolo hijo dejó la carrera por otras ocupaciones propias de su edad, las mujeres (una prima de la que se enamoró durante unas vacaciones).

Las letras lo habían cautivado de tiempo atrás, leía con avidez la literatura de Walter Scott, Chateaubriand, Alejandro Dumas, Víctor Hugo y Espronceda. Su padre bastante preocupado por la actitud de su hijo dejó que lo enviaran a Lerna, a trabajar en unos viñedos; pero cuando estaba a medio camino robó una mula, huyó a Madrid sin más bagajes que sus diecinueve años y esperanzas de alcanzar las glorias de poeta.

Entabló amistad con importantes personajes del mundo literario de entonces. A la muerte de Mariano J. de Larra (Fígaro) en 1837, en el cementerio madrileño José Zorrilla improvisó unos versos que le granjearon la amistad de José de Espronceda y Juan Eugenio Hartzenbusch. Por entonces comenzó a escribir para algunos periódicos, frecuentando a la vez la tertulia de El Parnasillo.

En 1838 se casó con Florentina Matilde O’Reily, viuda y diez años mayor que él y con un hijo. El matrimonio fue infeliz, un hijo que tuvieron murió, y él llevó una vida disipada al lado de sus amantes. Sus pa-dres lo repudiaron, se alejó de sus amigos, cedió a los celos enfermizos de su con-sorte y dejó de escribir para el teatro. Su primer drama, escrito en colaboración con García Gutiérrez, fue Juan Dándolo, estre-nado en julio de 1839 en el Teatro del Príncipe.

En 1840 publicó sus famosísimos Cantos del trovador; tres dramas: Más vale llegar a tiempo, Vivir loco y morir más y Cada cual con su razón. Dos años después aparecen sus Vigilias de Estío y sus obras teatrales Él zapatero y el rey (primera y segunda parte), El eco del torrente y Los dos virreyes. De 1840 a 1845, Zorrilla había estado contratado en exclusiva por Juan Lombía, empresario del Teatro de la Cruz, en el que estrenó durante cinco temporadas nada menos que veintidós dramas.

En 1844 a pedido del empresario de teatro, Zorrilla escribió su famosa obra “Don Juan Tenorio” en veinte días, estre-nada el 30 de marzo de ese mismo año en el teatro de la Cruz.

Al año siguiente, agobiado por el carác-ter de su esposa, huyó de casa y marchó a París, allí mantuvo amistad con Alejandro Dumas. Alfred de Musset, Víctor Hugo, Théophile Gautier y George Sand. Asistió a algunos cursos de la facultad de Medicina. Volvió a Madrid en 1846 al morir su madre y después su padre, la pérdida le supuso un duro golpe, porque se negó a perdonarle, dejando un gran peso en la conciencia del hijo (y considerables deu-das), lo que afectó a su producción literaria.

Fue elegido miembro de la Real Acade-mia Española en 1848. Vivió en Francia en 1851 donde hizo apacible su vida con su amante Leila, estuvo también en Inglaterra y México como huésped del Conde de la Cortina. En 1858 viajó a Cuba y permane-ció allí un año regresando nuevamente a México. Cuando en 1864 el emperador austriaco Fernando Maximiliano toma el poder en México Zorrilla regresa a la tierra azteca y es nombrado director del Teatro Nacional. Muerta su esposa regresó a España en 1866 y vió que su obra literaria había logrado una gran popularidad. Sin embargo no le fue posible cobrar los derechos de autor, razón por la cual tuvo que afrontar problemas económicos. En 1869 tentó otra vez suerte en el matrimo-nio, esta vez con doña Juana Pacheco.

En 1889 fue coronado por el duque de Rivas en presencia de la reina regente Isabel II como poeta laureado de España en Granada.

Las cosas, empero, no marchaban del todo bien para Zorrilla, cuyos bienes eran cada día más menguados. Algunos de sus editores quebraron; había vendido sus obras más productivas (“Don Juan Teno-rio”), entre ellas, en un precio insignifican-te, sin sospechar que tiempo después alcanzaría un éxito clamoroso. Había mal-baratado la herencia paterna, de por sí mermada. En 1884 estaba en la miseria y las Cortes tuvieron que votar una modesta pensión para aliviar su indigencia, mien-tras otros de sus editores lograban buenas ganancias con sus obras. Los honores sin embargo llovían sobre él: cronista de Va-lladolid (1884).

A lo largo de su vida publicó cuarenta obras, en su mayoría historias nacionales. Su poesía se caracteriza por la fluidez y musicalidad de sus versos, que se inspiran en leyendas medievales y de la época imperial de corte popular. Se destacó más en la épica, con largos poemas narrativos. Dentro de su extensa obra poética hay que destacar Poesías (1837), Cantos del trova-dor (1840-1841), una serie de leyendas españolas escritas en verso, Recuerdos y fantasías (1844), La azucena silvestre (1845) y, por último, El cantar del romero (1886).

Como autor dramático consiguió el favor del público sin restricciones siguiendo los esquemas teatrales del siglo de Oro espa-ñol (siglo XIX) manteniendo la intriga du-rante toda la obra que sólo se resuelve en los últimos momentos. Todos lo directores de teatros madrileños querían piezas su-yas que él satisfacía escribiendo sin des-canso. Entre sus principales obras dra-máticas figuran El puñal del godo (1843), Don Juan Tenorio (1844), Más vale llegar a tiempo que rondar un año (1845), El rey loco (1847), La creación y el diluvio universal (1848) y Traidor, inconfeso y mártir (1849). De su prosa, sobresalen un libro de me-morias sobre su estancia en México, La flor de los recuer-dos (1855-1859), y su auto-biografía: Recuerdos del tiempo viejo (1880). Murió en Madrid el 23 de enero de 1893 tras una intervención quirúrgica para extraerle un tumor cerebral. Sus restos descansan en el Panteón de Vallisoletanos Ilustres del ce-menterio del Carmen.

 
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