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[Augusto Vera]

A saliva, suela y sudor


La expresión que pertenece al ideólogo del Partido Acción Nacional de México, Luis H. Álvarez, puede muy bien ser aplicada al actual proceso electoral que vive el país. Aunque se oye en círculos de análisis y un poco de memoria, que esta campaña que entra en su recta final carece de iniciativas y del puerta a puerta de los candidatos, la verdad es que casi todos los presidenciables y los aspirantes a la Asamblea Legislativa, cifran gran parte de sus posibilidades en el discurso oral callejero y largas caminatas en busca de quienes no han definido su preferencia.

Estamos prácticamente a quince días del silencio electoral, y las probabilidades de las propuestas van definiéndose. A algunos candidatos no les agradará saber que sus iniciales aspiraciones van esfumándose, simplemente porque para los políticos, especialmente para quienes han gozado en los últimos años de amplio respaldo popular, como en el caso del MAS, cuyo prolongado e inconstitucional último mandato, ha cobrado precio alto porque el ejercicio del poder tiene esa consecuencia; y el efecto desgastador se multiplica en cuanto habiendo tenido la fortuna de un incremento inédito de los precios de carburantes y minerales, se ha dejado escapar la oportunidad de desarrollar el país en proporción a los millonarios ingresos percibidos. En términos de la economía, crecer no es igual a desarrollar.

Excepto en la fórmula oficialista, en que los medios financieros se traducen en el uso indiscriminado, indebido e impune de los bienes del Estado para su campaña, en las candidaturas de oposición hay un claro predominio de extenuantes caminatas sobre los medios convencionales de publicitar su línea programática. El fenómeno se debe indudablemente a que los estrategas han entendido que ante la inequidad respecto al binomio Morales-García y el descaro de sus excesos, con un despilfarro publicitario intenso y gratuito durante todo este año, la alternativa es caminar para apropiarse de la voluntad popular. En un sistema democrático como el nuestro, nada tendría que sobreponerse a esa voluntad, que es expresión suprema de un estado de derecho.

Por “El contrato social” de Rosseau, sabemos que un pueblo es siempre dueño de cambiar sus leyes, hasta las mejores, porque si a un pueblo le gusta hacerse el mal a sí mismo, ¡quién tiene derecho a impedirlo!”. Claro que esa sentencia debe reputarse sólo aplicable para los gobiernos que ostentan representación legítima, nunca para un gobierno de los menos sobre los más. Y en ese sentido, no es que los partidos de oposición hayan renunciado a una campaña mediática irrestricta, que es parte del derecho a informar, no; nada de eso, pero las normas teñidas de un color político, hicieron que en el campo mediático, resulte imposible competir con quien los tiene a su disposición, obligándose –los opositores- a un contacto directo con el pueblo, y en hora buena, porque la gente se ha vuelto escéptica y no sin razón, de modo que caminar por polvorientos caminos y accidentadas callejuelas, resulta eficaz para conocer al candidato. Si a ello se le agrega los encendidos discursos desafortunadamente más vilipendiosos que propositivos, los Mesa, Ortiz, Chi y otros, deben poner al límite sus glándulas sudoríparas y salivales.

Las últimas encuestas de intención de voto y que no podrían variar sustancialmente, perfilan a dos candidaturas, las que se tenía previstas incluso desde antes de la convocatoria a elecciones. Entonces el balotaje parece inevitable, cuando menos si el fraude no llega a proporciones inusitadas. Los fraudes electorales no son únicamente el día de la elección o en el conteo, sino mucho más antes. Respetemos la democracia porque “La democracia es el peor sistema diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás”. (Winston Churchill).

Quedan dos semanas, y la oposición dispersa está obligada a tocar puertas, porque a falta de debates, es el único medio para conocer a quienes podrían estar gobernándolos en un futuro próximo.

El autor es jurista y escritor.

 
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