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Los síndromes del político

Nelson Jordán Wayar

Nuevamente el boliviano se ve agredido por las actitudes políticas preelectorales y creemos que protestar por ello no es lo ideal. Se puede decir “qué barbaridad”, pero eso ya lo dijimos cuando nos hacían creer que 500 años de explotación colonial eran suficiente justificativo para perpetuarse en el poder, por aquellos que se creían políticos, siendo delincuentes ordinarios.

Lamentablemente, la conducta de los que pretenden hacer el arte de lo posible, como se conceptúa a la política, incurren en su propia inseguridad, con el riesgo de caer en la mentira. Lo recordamos: “Cierto día -nos reseña Mario Roso de Luna- la mentira sorprendió adormecida a la Verdad y la despojó de sus albas vestiduras, cubriendo con ellas sus hipócritas lacerías para poderse presentar así a los incautos hombres, disfrazada de verdad pura”. Así nació la falsa verdad. “….había sido suplantada entre los mortales por la propia mentira. La infeliz Verdad, aunque despojada de sus preeminencias, no por eso dejó de presentarse ante los hombres; nadie podría soportar cara a cara la vista esplendorosa de la Verdad desnuda, mientras se rendían toda suerte de bajos homenajes a la entronizada Mentira”.

Esta leyenda celta de Isabeau, Isabel o Isis, nos advierte un simbolismo frecuentemente utilizado por los políticos en todo el mundo y de manera particular en el nuestro. El miedo de aceptar la verdad que nos pueda liberar, es frecuentemente aquella que no queremos oír o aceptar. Como la leyenda, a veces el poder es sólo símbolo del miedo. Nadie va contra las opciones ni el pluralismo político ni los derechos de postularse, ya sea hombre o mujer, pero hay que preguntarse: ¿para qué? En condiciones que más bien podían haber devuelto el honor, premiar el esfuerzo, sacrificio y valentía demostrada por la población civil en las contiendas pasadas.

LOS SÍNDROMES

La satisfacción de algunos sentidos en algunos políticos, al sentirse líderes y creer que tienen las respuestas para casi todo, es una necesidad de reforzar su propia inseguridad, el propio miedo que los egos producen, ese miedo que ha llevado a algunos políticos a controlar todo. Eso obliga a cuestionarnos: ¿No será que existe, en términos técnicos, lo que se ha llamado el síndrome del emperador?, un síndrome colectivo que esta vez se estancó en algunos políticos bolivianos? -síndrome que incluye sobre todo al ex mandatario dictador-.

Aunque este síndrome se da generalmente en niños, nos viene muy claro, cuando estas personas, en apariencia aún no muy madura, creen tener desarrollado el sentido de empatía, y contrariamente, carecen de él. Notoriamente, no se identifican con el fin de compartir sentimientos de mejoría, sino con el objetivo de lograr poder. Conductas déspotas y disfuncionales nos han gobernado, y cuando el remedio parecía venir, nos encontramos con conductas psicosocialmente irracionales. Todos quieren ser los salvadores de la patria.

La sobreprotección que genera esto en los niños, produciéndoles el síndrome del emperador, se produce en los adultos debido al exceso de sobrevaloración de conductas, que si bien pudieron ser eficientes en algún momento, sólo les ha servido para tomar posiciones de empoderamiento monarcal. Se sienten el centro del universo y no pueden proyectar su calidad de servicio hacia los demás, todo lo contrario. Sus exigencias egocéntricas les acrecientan el sentido de pertenencia; no que pertenezcan a algún movimiento social al cual se deben, sino qué es lo que a ellos les pertenece, de qué son dueños.

DE LOS EGOS

Cuando la permisibilidad de un pueblo permite a un gobernante, a un estrato político hacer lo que quiera, lo convierte en cómplice y culpable de lo que ocurre. Y cuando el ego y el poder se confabulan, pueden llegar a la destrucción social e histórica de una nación. Cuando la autoestima es demasiado grande, el ego distorsiona su entorno, el sujeto, en este caso el político, se pinta muy simpático, muy amable y condescendiente. En realidad, es incapaz de consensuar a no ser en sus términos y es precisamente en la política donde encuentran un espacio ideal para esas actitudes.

Hemos visto por mucho tiempo, pero sobre todo desde octubre de 2019 hasta la fecha, que los sujetos dedicados al poder se intoxican con esa actividad, y no es que solo se saturan, adquieren el síndrome de hubris, una conducta que los analistas psicosociales, psicólogos y psiquiatras creen que les produce signos de grandiosidad, narcisismo y comportamiento irresponsables.

Ahora, cuando la población se dispone a votar, los indecisos se deciden a no votar por el candidato inadecuado o simplemente a no votar, los hubristas, por así decirlo, que no les interesa el país sino ellos, deben darse cuenta que no pueden ir más allá de los límites morales. Su auto-máscara, su ego, hace que se apoyen en el poder porque dicho ego se apoya en el temor. Así nos han educado y etiquetado, el yo, el liderazgo emocional, una gran personalidad etc.

En breve, cúrense hubristas, trátense antes de pensar en dirigir y beneficiar a un país, porque para ser político sin hundirlo, hay que tener clase. ¿Qué hacemos?

El autor es Abogado.

 
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