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[Ramiro H. Loza]

Nosotros y la evolución social


El rastreo de los arqueólogos y de la ciencia tan sólo ha logrado poco claras referencias de unas tres quintas partes del millón de años de la existencia del hombre sobre la tierra. Después del final de la prehistoria se puede adelantar algunos rasgos de organización social. Entre tanto estuvo latente la lucha entre los grupos y la posterior aparición de la tribu. Prevalecía la ley del más fuerte aun al interior de las tribus y el abuso de unos sobre otros. Rousseau, Diderot y otros apuntan que hubo un momento de diafanidad en la que los hombres hastiados del enfrentamiento decidieron ceder parte de su libertad a cambio de la seguridad a través de un poder o autoridad dirimente de sus diferencias. Era el comienzo del “pacto social”.

Diversos tipos de autoridad se sucedieron a lo largo de los siglos. Las sociedades se dividían en jerarquías rígidas. Las creencias teocráticas las presidia el pontífice máximo, quien lindaba la divinidad y era el único depositario de una relación directa con los dioses, de donde derivaba su autoridad. El pontífice poseía el rango supremo, seguido por su séquito de sacerdotes. Ocupaban el siguiente escalón los escasos administradores escogidos y en último lugar los siervos, pastores y labradores. Se había constituido el poder que aunque despótico era al fin y al cabo mediador y exigía sometimiento. Una estratificación con pocas variantes sobrevivió hasta el feudalismo, pasando por los reyes ennoblecidos por las armas ante las amenazas exteriores e invasiones. Éstos predecesores del Medio Evo, monopolizaban la soberanía y eran gobierno.

El orden medieval reprodujo la organización social --si así puede llamarse-- de las antiguas teocracias y reinos. El señor feudal basaba su rango por la extensión de sus tierras; los fundos más grandes pertenecían a los duques y a los de rango principesco. Las posesiones menos considerables estaban detentadas por los condes. De la nobleza en espiral descendiente se encontraban los campesinos y el último peldaño social lo integraban los siervos de la gleba. El señor feudal dotaba tierra (pequeñas parcelas), protección y justicia a labradores y campesinos a cambio de labores de campo, servicio de armas ante amenazas externas y el pago de una especie de tributo anual.

Con el tiempo irrumpieron los artesanos de distintos oficios dentro de los muros de los castillos y fortalezas. El crecimiento poblacional produjo el nacimiento de las villas y burgos. Se debe a estos poblados la denominación de villanos y burgueses. Los artesanos se iniciaban como aprendices, ascendían a oficiales y culminaban como maestros según su aprendizaje y habilidad, independizándose de la tutela señorial.

Junto al mayor crecimiento de los pueblos y el incremento del circulante monetario surge la burguesía propiamente tal para actuar como clase social de mercaderes y transportadores de productos naturales y artesanías. Abogados y cirujanos acompañan este proceso. Todos ellos intermedian la escala social después de los terratenientes y del clero. Son los tres estados típicos hasta la Revolución Francesa: la nobleza, el clero y el estado llano en el que alinean la burguesía y los pequeños propietarios. Réplica del régimen social feudal se replicó en las colonias españolas de América, pero respetó los señoríos incas y aimaras y algunos ayllus, incluidas sus costumbres y el molde de vida originario.

La Revolución Francesa de 1789 había iniciado la etapa de la soberanía del pueblo y la democracia, suprimiendo el absolutismo de la Corona; seguía el pensamiento de J.J. Rouseau y de la Enciclopedia. Antecedentes de la Revolución Burguesa francesa fueron las reformas antimonárquicas de Oliverio Cromwell en Inglaterra hacia 1649 y la emancipación norteamericana de 1776.

Luego de la independencia de las ex colonias de México, Centro y Sud América, se implanta el sistema republicano-democrático representativo y, a la par, sus instituciones y parte del derecho europeo. Dejamos de lado la historia nacional caudillista y de sucesiones militares del Siglo XIX, con pocos gobiernos constitucionales. La Revolución Nacional de 1952, además de sus reformas, trajo consigo el germen de la anarquía que desde entonces se introduce en el país. Sus manifestaciones son la ingobernabilidad y la intranquilidad permanente, no exentos en los pasados catorce años, como se pretende. El Estado se convierte en un benefactor ineficiente, es cierto, y cada vez más falto de autoridad con grave mengua de la vida institucional en un ambiente de anomia social. Reinan las presiones, el bloqueo, los plazos perentorios a las autoridades y demás repertorio de medidas “hasta las últimas consecuencias”.

Las supuestas mayorías no comprenden ni se avienen al “pacto social” de los albores de la civilización, menos aún al bien común. Tal es el estado del país al presente sin que se vislumbren días constructivos, de paz social y de armonía, al paso que las “identidades” sociales, gremiales y étnicas han suplantando profundamente la identidad nacional, constitutiva de equidades y avenimientos cual sucede en todas las latitudes del globo.

El autor es jurista, escritor y periodista.

 
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