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[Severo Cruz]

Los partidos democráticos


Los partidos democráticos contribuyeron a levantar el andamiaje del sistema de libertades hace aproximadamente 38 años. Lo hicieron con desprendimiento, tolerancia y amplitud, convalidando los resultados electorales de años anteriores. Por consiguiente, la señal democrática surgió del hemiciclo del parlamento nacional, una frágil e insignificante, posiblemente, para algunos que representaban el retroceso. Pero un hito histórico para el conjunto de la ciudadanía.

Lo bueno es que sus acciones armonizaron con las inquietudes de cambio que se imponían entonces. Inquietudes expresadas, ratificadas y apuntaladas por todas las fuerzas vivas del país, que aspiraban a mejores condiciones de vida, en un futuro democrático.

Priorizaron la paz social, ante todo y sobre todo. Convencidos de que sin ella no se lograría retomar la praxis democrática, ni se lograría avanzar. Es que la paz social fue y es el componente más valioso e intrínseco de la Democracia. Ésta sin aquélla no funciona, no prospera, sino que se empantana.

En ese marco reiteraron su predisposición para asumir el debate civilizado y de cara a la ciudadanía, con la difusión de ideas, de iniciativas y propuestas, para conocimiento de la opinión pública. Muchas de éstas han enriquecido la cultura política y han orientado, oportunamente, a la población. Las pruebas, al respecto, se las guarda en bibliotecas particulares y públicas.

Estuvieron persuadidos de que solo el diálogo, el intercambio de criterios y la concertación harían posible la transición de la dictadura a la Democracia. Facilitaría la convivencia pacífica y las libertades irrestrictas. Y que las urnas se pronunciarían en tiempos electorales.

Los grupos violentos, radicales y con tendencia a manipular artefactos explosivos no se sumaron a ese proyecto de interés común. A sabiendas de que la idiosincrasia de la colectividad boliviana no coincidía, en absoluto, con actitudes maximalistas o irracionales. Y es que la población es amante de la paz y la concordia, porque, a decir la verdad, requiere trabajar para vivir dignamente.

Las manifestaciones violentas, por lo tanto, no concordaban con la práctica democrática. Ahuyentaban el espíritu de la convivencia pacífica. Obstruían toda inquietud dirigida a profundizar el entendimiento nacional.

No decidían, sino diferían. No solucionaban, sino conflictuaban. No unían, sino dispersaban. No sumaban, sino restaban. No construían, sino destruían. No inspiraban confianza, sino desconfianza. No significaban vida, sino muerte.

He ahí el espacio democrático que, en su momento, se dignaron construir aquellos entes políticos. Lo hicieron inspirados en los supremos destinos de la Patria. Pensando, asimismo, en un venidero mejor para la ciudadanía. Muchos de ellos han desaparecido, por cuanto cumplieron con su ciclo respectivo. Algunos aún agonizan. Ahora solo podemos mencionarlos, a modo de una breve reminiscencia.

En suma: hicimos referencia, en un apretado resumen, a una época en la cual se advertía la profunda vocación democrática, al servicio de los altos intereses nacionales. Sus señales perduran, con avances y retrocesos, hasta nuestros días.

 
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