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Los síndromes del político

Nelson Jordán Wayar

“No hace falta mucho optimismo para ver que si hemos venido de algo más o menos parecido a un antropoide actual, en el futuro algo evolucionará desde nosotros. Podemos con humildad concebirnos como el intermedio entre los animales y los verdaderos seres humanos”. (Santiago Genovés).

Nuevamente, el boliviano se ve agredido por las actitudes políticas preelectorales y creemos que protestar por ello ya no es lo ideal. Lamentablemente, la conducta de los que pretenden hacer el arte de lo posible, como se conceptúa a la política, incurren en su propia inseguridad, con el riesgo de caer en la mentira. Lo recordamos: “Cierto día -nos reseña Mario Roso de Luna- la mentira sorprendió adormecida a la Verdad y la despojó de sus albas vestiduras, cubriendo con ellas sus hipócritas lacerías para poderse presentar así a los incautos hombres, disfrazada de verdad pura”. Así nació la falsa verdad. Esta leyenda celta de Isabeau, Isabel o Isis, nos advierte un simbolismo frecuentemente utilizado por los políticos en todo el mundo y de manera particular en el nuestro. Como la leyenda, a veces el poder es sólo símbolo del miedo.

LOS SÍNDROMES. La satisfacción de algunos sentidos en algunos políticos, al sentirse líderes y creer que tienen las respuestas para casi todo, es una necesidad de reforzar su propia inseguridad. El propio miedo que los egos producen, es el que ha llevado a algunos políticos a controlar todo. Eso obliga a cuestionarnos: ¿No será que existe, en términos técnicos, lo que se ha llamado el síndrome del emperador?, un síndrome colectivo que esta vez se estancó en algunos políticos bolivianos? --síndrome que incluye, sobre todo, al ex mandatario dictador--. Aunque este síndrome se da generalmente en niños, nos viene muy claro, cuando estas personas, con apariencia de líder, tienen sólo el capricho patológico de poder. Notoriamente, no se identifican con el fin de compartir sentimientos de mejoría, sino con el objetivo de lograr poder. Conductas déspotas y disfuncionales nos han gobernado, y cuando el remedio parecía venir, nos encontramos con conductas psicosocialmente irracionales. Todos quieren ser los salvadores de la Patria. La sobreprotección que genera este síndrome en los niños, produciéndoles el síndrome del emperador, se produce en los adultos debido al exceso de sobrevaloración de conductas, que, si bien pudieron ser eficientes en algún momento, sólo les ha servido para tomar posiciones de empoderamiento monarcal y egocéntrica.

DE LOS EGOS. Cuando un pueblo permite a un gobernante, a un estrato político hacer lo que quiera, se convierte en cómplice y culpable de lo que ocurre. Y cuando el ego y el poder se confabulan, pueden llegar a la destrucción social e histórica de una nación. Cuando la autoestima es demasiado grande (Exceso de confianza en sí mismo, sentimiento de inseguridad respecto a los demás), el ego distorsiona su entorno, el sujeto, en este caso el político, se pinta muy simpático, muy amable y condescendiente. En realidad, es incapaz de consensuar a no ser en sus términos y es precisamente en la política, donde encuentran un espacio ideal para esas actitudes.

Hemos visto por mucho tiempo, pero sobre todo desde octubre de 2019 hasta la fecha, que los sujetos dedicados al poder, se intoxican con esa actividad, y no es que solo se saturan, adquieren el síndrome de hubris, una conducta que los analistas psicosociales, psicólogos y psiquiatras creen que les produce signos de grandiosidad, narcisismo y comportamiento irresponsables.

Ahora, cuando la población se dispone a votar, los indecisos se deciden a no votar por el candidato inadecuado o simplemente a no votar, los hubristas, por así decirlo, que no les interesa el país sino ellos, deben darse cuenta que no pueden ir más allá de los límites morales. Su auto-máscara, su ego, hace que se apoyen en el poder porque dicho ego se apoya en el temor. Así nos han educado y etiquetado, el yo, el liderazgo emocional, una gran personalidad, ganador, etc.

En breve, cúrense hubristas, trátense antes de pensar en dirigir y gobernar un país, porque para ser político sin hundirlo, hay que tener clase. ¿Qué hacemos?

Nelson Jordán Wayar es Abogado.

 
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