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La deuda al Hospital General y el SUS


 

El Hospital de Clínicas de La Paz lleva sobre sus espaldas la deuda del Ministerio de Salud de 40 millones de bolivianos. Esta deuda le ha dejado sin medicamentos, insumos y del personal ofrecido, situación que lo priva de atender así sea precariamente a los miles de pacientes internos y ambulatorios que lo requieren. Como este adeudo ha sido reclamado hace unos 20 días, no se sabe si fue honrado aunque sea parcialmente, ya que los médicos interesados no lo hacen conocer y los entes estatales creen arreglar sus obligaciones con el silencio. Si este nosocomio es de tercer nivel, el pago de la deuda corresponde al Ministerio de Salud, si acaso es de segundo nivel es obligación de la gobernación paceña. Ambos organismos dependen de los traspasos de recursos de Economía y Finanzas.

Al presente el personal sanitario del Hospital General mantiene una huelga de hambre exigiendo que el Órgano Legislativo dé curso al proyecto de ley que fija el 10 % del Presupuesto del Estado para la Salud Pública. Este se halla estancado en la Comisión de Salud de Diputados desde noviembre de 2019, instancia presidida por Franklin Flores, conocido por su actuar sectario.

Este impago es una consecuencia del Servicio Único de Salud (SUS) introducido por el anterior gobierno el 2019 a pocos días de la elección anulada del mismo año. El SUS pretende que todos los servicios de salud del Estado sean gratuitos. Fue y es una medida de simple impacto demagógico, dictada por Evo Morales con intencionalidad electoralista. Según la disposición respectiva su gobierno financiaría un monto, ya exiguo para empezar, ofreciendo varios millones de dólares futuros para el sostenimiento del SUS.

El Hospital de Clínicas sobrevivía por un arancel de atención mínimo que cotizaban los internados y ambulatorios. Eran recursos escasos pero le permitían cumplir su misión. En cambio desde hace meses le atenaza la indigencia --pandemia incluida-- y ahora es inminente su cierre. La modestia de los cobros determinaba que los pacientes no los hubiesen objetado nunca. Era el goce de una relativa autonomía económica. Esta situación es suficiente para constatar el fracaso del famoso y desventurado SUS, como era previsible.

Tan dramática situación marca la hora de un sinceramiento sobre el SUS ante su inviabilidad. Hay momentos en los que se impone la rectificación de los lastres administrativos distorsionantes. Los gobiernos rehúsan revocar las medidas de apariencia popular --ya muy viejas en la historia del país-- y prefieren permanecer sometidos a la perplejidad. En el fondo el SUS es y será más que nunca un perjuicio para los enfermos. Estamos frente a una salud teóricamente gratuita pero irreal y donde los más necesitados “pierden soga y cabra”.

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