Israel Camacho Monje
“Estudios realizados por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) revelan que en el país hay aproximadamente 32 mil menores de edad que se encuentran refugiados en albergues, hogares y centros de acogida, como consecuencia del abandono de sus progenitores” (*).
El ciudadano común, perspicaz como siempre, calcula que aproximadamente se quintuplica dicha cifra en el angustioso, desesperante y lacerante caso de los niños y adolescentes en ambos sexos, que a vista, paciencia y complicidad de las autoridades de trabajo, realizan pesadas labores no acordes a sus débiles fuerzas físicas y sometidos a caprichosos horarios de explotación laboral y para el colmo con míseros salarios.
El ciudadano común se permite aclarar que los niños y adolescentes en ambos sexos y explotados en infinidad de actividades laborales supuestamente prohibidas e ilegales, se ven obligados a soportar semejantes abusos, no porque ellos quieren, sino porque desde niños sufren en carne propia las condiciones miserables en las que sobreviven al interior de sus supuestos hogares familiares, si hogares se pueden llamar a unos espacios reducidos de terrenos que no pasan de los dos por dos metros cuadrados, cubiertos por cuatro paredes de adobe y un hueco que hace de puerta y que generalmente se la tapa con un pedazo de tela o de plástico, y cuyo techo también hueco lo cubren con pedazos de planchas de turriles en desuso, para que no entre la lluvia, y en cuyo interior tienen que caber a como dé lugar, cuatro, seis, ocho y más personas, entre adultos, niños y bebés, sobreviviendo en promiscuidad…
Niños y niñas, que hasta los siete años de edad, sobreviven porque Dios es grande, porque nunca han constituido problemas para sus irresponsables progenitores, que muy sueltos de lengua, pregonan a los cuatro vientos, que los niños nacen con una marraqueta bajo el brazo, y a falta de ésta, basta con darles un pedazo de nervio que lo masticarán hasta que les duela las mandíbulas…Sabe Dios de cuántos días, llegar al límite de su resistencia física y desvanecerse por inanición, y en el mejor de los casos, pasar a la otra vida.
Pero… pasando los siete años de edad, es cuando al interior de esas cabecitas pequeñas, comenzarán a surgir preguntas, que de momento no tendrán respuesta alguna, pero… conforme vayan creciendo y llegar a la adolescencia, se darán cuenta de la cruda realidad en la que irresponsablemente han sido traídos al mundo, y aún peor, sin haber recibido la atención médica necesaria, ni haber recibido la educación escolar, y finalmente obligados a tomar la decisión de, seguir siendo explotados laboralmente, o dedicarse a la delincuencia los unos, y a la prostitución las otras. ¿Qué lástima, verdad?
(*) EL DIARIO, 2 de julio de 2014.
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