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[Severo Cruz]

Con la cabeza fría…


El pueblo boliviano, en ocho meses de gobierno constitucional y transitorio, ha reflexionado con la cabeza fría y los pies sobre la tierra, acerca el futuro del país, tan incierto y oscuro. Asimismo sobre las elecciones a realizarse en septiembre próximo, en medio de una maldita pandemia, que ha logrado doblegar, sensiblemente, a la presidente de la República, a algunos integrantes del gabinete ministerial y del parlamento.

En este marco ha identificado a los amigos y enemigos de la Patria. A los manipuladores del poder Legislativo y Judicial. A los desestabilizadores y conspiradores agazapados en el Congreso y la administración pública. A las instancias que bloquean créditos, destinados no solo a salud sino a generar empleo. A los grupos violentos que siembran pánico y zozobra. A las instituciones y autoridades que se esfuerzan por preservar la vida y salud. Con ese convencimiento concurrirá, si el Covid-19 lo permite, a depositar su voto en septiembre venidero.

Los tiempos han cambiado, de noviembre 2019 a julio 2020. De noviembre conflictivo, a julio con coronavirus. De noviembre con un presidente fugitivo, a julio con una dama en la primera magistratura. Por lo visto la actitud regresiva no tiene cabida, tampoco la convulsión social y menos el terrorismo. El país requiere, ahora que está inmerso en una crisis sanitaria, política y económica, paz social para salir adelante, a pesar que hay gente que piensa diferente.

Por consiguiente: el retorno de quienes despilfarraron, en tiempos de bonanza económica, los recursos del erario nacional, con la entrega de canchitas en vez de hospitales, significaría un tremendo retroceso en la historia política nacional.

Canchitas que, en el momento de emergencia sanitaria, no prestaron servicio a la población infectada por el coronavirus. Canchitas que se mantienen cerradas y vacías por causa del mal que azota a Bolivia.

Los bolivianos en este paréntesis de convivencia pacífica, matizado por el virus de origen chino, están abocados a ratificar su vocación de servicio a Patria, desde sus hogares y fuentes de trabajo, pese que éstas últimas se van reduciendo, en desmedro de familias humildes. Y la generación de nuevos empleos requiere de los créditos que se encuentran paralizados en el Congreso de fachada azul.

La Patria, empobrecida y enclenque, como consecuencia del latrocinio y la depredación, merece recuperarse o reponerse, porque tendrá que sobrellevar, en el venidero, días o meses difíciles en materia económica, en particular. Lo decisivo, para respaldarla, ahora más que nunca, tendría que partir de la austeridad, no sólo del ciudadano de a pie, sino de quienes medran con jugosos haberes, a título de servidores públicos, en los poderes del Estado. Estos haberes, al margen de profundizar la desigualdad, se constituyen en una afrenta, en un insulto y humillación hacia los sectores sociales que tienen poco para subsistir. Hacia quienes no lograron superar sus penurias, mientras otros, durante estos últimos años prosperaron, en nombre de ellos.

En suma: ciertos fugitivos, que viven en lujosas residencias, se pasean por las avenidas de la capital bonaerense tarareando la letra del conocido tango inspirado por Julio Sosa (1934), que dice: “El que no afana es un gil”.

 
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