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En las crisis que trae el Covid-19, sostener y enmendar, vacunas también necesarias

Gustavo Matías

La ciencia es hoy unánime en asegurar que el virus que nos ha traído la pandemia COVID-19 tiene causas naturales, no artificiales, aunque algunos políticos tan descerebrados como sesgados por sus intereses hablen del virus chino, al igual que con la gripe española. Hasta detalles como estos confirman que vivimos la mayor de las crisis de interdependencia jamás conocida. Lo mejor (o peor), según respondamos, será que tras el presente trance vendrán por ello otros muchos similares.

Digo desde el inicio de la pandemia que esta crisis es muy distinta y será mejor y más rápidamente superada que la iniciada en 2007 si captamos el mensaje de mayor escala enviado jamás por la naturaleza a la humanidad: Estamos en vías de domesticar ADN genético, electrón, fotón, gravedad y otras de sus fuerzas fundamentales de la naturaleza, como hicimos en la edad de piedra y el neolítico con fuego, animales y plantas. Pero aún ignoramos cómo domesticar nuestra voluntad (poder, libertad, etc.). Tampoco tenemos las instituciones que necesitamos en esta era, pese a que hace casi medio milenio, y tras una larga guerra interior, Europa adoptó el primer multilateralismo.

Al principio pensaba que podríamos superar este cisne negro en menos de un año, en forma de V o a lo sumo de U. Hoy no soy tan optimista, porque los últimos dos meses me han reafirmado en que nuestros gobiernos, desde el de Trump al de Pedro Sánchez, distaron de entender bien el mensaje, al menos al principio y en lo que se refiere a la crisis de interdependencia, aunque todos estamos a tiempo de corregir nuestros errores.

Mi tesis era que el COVID-19 ha sido para sanidad, economía, ciencias, política y sociedad una inmensa demostración del "efecto mariposa", realmente la demostración de mayor escala desde que ese fenómeno de la interdependencia que subyace al famoso efecto fue intuido claramente por algunos científicos como Henri Poincaré hace un siglo, e identificado totalmente por Edward Lorenz en 1972, ya para entonces como indicador de un caos dentro del cual podemos encontrar cierto orden o regularidades, quizá no absolutas, pero sí como las ofrecidas por los sistemas adaptativos complejos, caso del cuerpo humano o de la gran mayoría de esos sistemas existentes en la naturaleza, y sobre todo en la vida.

Decía entonces que captar esos mensajes de la naturaleza serviría para mejorar todas nuestras interacciones e instituciones, entre ellas las digitales, pues cabe resaltar que actualmente el uso de información reduce la necesidad de movilidad física de personas, bienes, servicios y capitales, como explicamos hace dos décadas en Digitalismo (Taurus 2001) habíamos detallado previamente desde 1995 en una docena de libros sobre el teletrabajo, el comercio electrónico y el e-learning. Nuestros dispositivos electrónicos conectados superaron los 10.000 conexiones al terminar 2018, cuando eran por tanto más que los casi 8.000 millones de personas en el planeta. Así, hace un año Internet de las cosas se aceleraba y esperaba tener 64.000 millones de conexiones en 2025, seis veces más, de manera que empresas y consumidores gastarían cerca de 15 billones de dólares (trillons anglosajones) en dispositivos, soluciones y sistemas de soporte de IoT. Pero todo parece indicar que el COVID tiende a duplicar su velocidad.

Hoy constato, por desgracia, que líderes mundiales como Trump en los EEUU y Xi en China siguen sin haberlos entendido bien. En caso contrario, habrían detenido inmediatamente su guerra fría, como ya hicieron precisamente Rusia y los Estados Unidos con la suya para cooperar ante la pandemia de viruela, que durante miles de años se había cobrado quizá miles de millones de muertos, pues se dice que solo en el Siglo XX ya había matado a otros 300 millones de personas. Justo hasta que la cooperación científica se impuso transitoriamente a aquella primera guerra fría. Fruto de ese acuerdo fue que en 1979 la viruela pasó a ser la primera plaga declarada erradicada del Planeta, y hasta ahora la única.

En cambio, ahora esa guerra fría se amplía cada día, con todo tipo de fake news, que envenenan la convivencia pacífica en lo político y social. Y lo peor es que, salvo para dar cursos, como uno en que he participado donde nos ayudaban a identificar hasta 14 clases distintas de información falsa, los gobiernos de las administraciones públicas y de las grandes digitales no parecen dispuestos a acabar con ese cáncer social, sino que por el contrario ayudan a que se extienda. Unos, porque sus líderes u organizaciones que los soportan forman parte del sistema canceroso. Las grandes digitales, porque también entendieron mal desde el principio el buen fin de su negocio y se lanzaron primero desde EEUU y luego desde China a la nueva conquista del oeste digital, sin importarles qué derechos Existentes o de nuevo cuño se llevaban por delante.

El resultado es que hoy las soluciones son más complejas que cuando empezó la revolución digital, ya que las cinco grandes bigtech o GAFAS (Google, Amazon, Facebook, Apple), esas compañías cuyas plataformas puramente informativas trenzan nuestras relaciones, han pasado en pocas décadas de no existir a sumar hace ya varios años un valor de capitalización superior al de los 100 mayores valores industriales cotizados en las bolsas. Pero el COVID ha acelerado su oligopolio a niveles superiores a los previos al estallido de la burbuja de las puntocom hace 20 años…

Así, los mercados de valores sí parecen entender y apoyar hacia dónde va el mundo en su digitalización. Esta crisis ha acelerado mucho esa tendencia a la sustitución del mundo físico por el nuevo mundo digital, como la de otras muchas tendencias preexistentes. Si en tres décadas surgieron varias decenas de gigantes digitales antes inexistentes, en los últimos meses de COVID-19, solo entre Amazon y Microsoft han pasado a sumar mayor capitalización que todos los valores industriales del FT100, debido a las expectativas de sus infraestructuras de nube (cloud computing) para el teletrabajo, e-learning, ocio, comercio electrónico, finanzas, etc. Facebook, que demoró su llegada a 2006, suma 2.700 millones de usuarios (incluido la app Whatsapp) y ha irrumpido como otras bigtech en sectores como el de los pagos, con efectos similares a los del siglo VII antes de Cristo cuando se creó el dinero en el Reino de la Lidia (la Creta de Creso), o en el Siglo VII de la era cristiana en China, cuando surge el primer papel moneda que impresionó a Marco Polo y lo trajo a Europa, desde donde se expandiría con la imprenta, hasta que en 1971 los EEUU terminan de monetizarlo al romper por primera vez el patrón oro del dólar y crear así el dinero fiduciario.

A la liza se han sumado en las dos últimas décadas otras bigtech chinas. Alibaba, por ejemplo, anunciaba hace unos días que invertirá 28.000 millones de dólares en infraestructura en la nube para competir con los gigantes tecnológicos de EEUU y "acelerar el proceso de recuperación", además de respaldar la "transformación digital en un mundo postpandémico". Alibaba Cloud ya representa casi la mitad (46%) del gasto en infraestructura de nube en China, el segundo mercado de servicios de infraestructura de nube más grande del mundo, detrás de los EEUU. Ese grupo chino ya es el tercero del mundo, detrás de Amazon Web Services y Microsoft Azure, que tienen previstas inversiones menores según lCanalys. Alibaba Cloud ya opera en 63 zonas de disponibilidad que abarcan Asia, Australia, Europa, Medio Oriente y EEUU.

SOSTENERLA Y ENMENDARLA

Si gobiernos y grandes digitales entendieran bien las consecuencias de esa aceleración de la interdependencia, pronto asistiríamos a la refundación desde Naciones Unidas de un sistema internacional que asegurara la reconstrucción tras la crisis y la sostenibilidad de un mundo que ya antes del COVID-19 mostraba muchas tendencias a la insostenibilidad, algunas de ellas tratadas de frenar desde la ONU con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) 2030 de la ONU y sus casi 200 metas para ese año. Pero, bien al contrario, algunos de los grandes gobiernos, de las digitales o del resto de las grandes empresas se dedican con sus lobbies a desacreditar ese sistema o la Responsabilidad Social Corporativa (RSC), convirtiéndola en pura acción reputacional o publicitaria (casi en fake news), en vez de asumir que la interdependencia requiere la responsabilidad de todos. No para declararlo de boquilla y seguir en dirección opuesta, sino para que todos nos someternos a acciones de evaluación por parte del resto de los grupos de interés con los que nos relacionamos, para que así la reputación se mida con muchos indicadores objetivos de cumplimiento ante el pago de impuestos o el buen fin de las reclamaciones de los consumidores o los derechos de los trabajadores, no por sus acciones de publicidad o lobby…

Hoy muchos órdenes institucionales requieren, sin embargo, apuestas por la RSC y el cumplimiento legal orientados a la sostenibilidad del Planeta en lo intergeneracional, medioambiental, social y de gobernanza económica y política. Nos jugamos la sostenibilidad de la vida del Planeta, creada durante miles de millones de años gracias a la organización de la interdependencia de elementos desde el caos inicial para formar sistemas adaptativos complejos de los que ni la ciencia ni la docencia terminan de aprender.

También está en juego la convivencia pacífica de las naciones, el futuro de procesos de integración como el europeo aquejados de falta de solidaridad o no exponerse a otras muchas amenazas que se nos presentan cada día como riesgos muy probables, entre ellas que superado el COVID-19 proliferen los del cibercrimen, sus virus informáticos desestabilizadores o los virus introducidos por el deterioro de la calidad de la información con la que los ciudadanos tomamos decisiones, por lo que así se nos priva del pleno acceso a la información veraz que deberían garantizarnos los poderes públicos junto a la ciudadanía digital. Bastaría para ello con garantizar de verdad nuestra privacidad y que las big tech dejen de traficar con nuestros datos y paguen en cada país allí donde operan por ellos y por los impuestos con los que se financia la salud, la educación o las rentas de cuyo mantenimiento ellas son las principales beneficiarias.

No hacen falta en este frente grandes rediseños institucionales, como detallamos hace poco en otros foros, sino adaptar el sistema que va a seguir la humanidad en esta fase a los intereses, ideas y voluntades ya expresados por las mayorías democráticas. Una de las claves será por ello ver si los datos de las personas podrán ser capitalizados por sus propietarios o al menos por los estados para ayudar a financiar la creciente demanda de formas de rentas básicas universales, como esa avanzadilla de Ingreso Mínimo Vital que aconsejó la Unión Europea a España para reducir sus niveles de pobreza, propuso para AIREF para unos cinco millones de hogares, incluyeron Psoe y Podemos en su programa de Gobierno de coalición y ahora incluyen como una de las medidas propuestas para los nuevos Pactos de la Moncloa, donde sería conveniente mayor transparencia en todo, incluida por ejemplo la financiación y actividad relacional de quienes regulan, o del millón y pico de perfiles falsos en Twitter para intoxicar. Transparencia orientada a mejorar la calidad de la información (empezando por la estadística oficial), lo que requiere actuar con mayor decisión en la resolución de los conflictos de interés y la mayor transparencia de la huella e impacto de la responsabilidad de cada uno, incluidas producciones y consumos de empresas, administraciones públicas y ONGs a través de la mejora del cumplimiento y la responsabilidad social corporativa (RSC).

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