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[Álvaro Riveros]

Clepsidra

La guerra incivil


Fieles a nuestra idiosincrasia y con el afán de protagonismo que nos caracteriza, los bolivianos acabamos de colocar en las marquesinas del teatro mundial un acto que, si bien nos saca de lo común, nos sitúa en el más grotesco ridículo, cual fue el declararnos la guerra del oxígeno, en medio de esta apocalíptica pandemia que, de brazo con la peste china, viene asolando a toda la humanidad.

Al “Señor de los Suelos”, hoy prófugo y radicado en la Argentina, no pudo ocurrírsele una mejor idea que convocar a sus títeres de la Central Obrera Boliviana, ordenándoles el bloqueo de carreteras y el cerco a las ciudades, proeza que es la única que supo hacer bien en su vida, y de la cual se ufana sin disimulo. El fin de estos bloqueos fue desabastecer a las ciudades de alimentos y así cumplir con su más anhelado objetivo, expresado en la prensa en varias oportunidades y en la charla telefónica que sostuvo con el dirigente cocalero Faustino Yucra, que lo incrimina plenamente.

No importando que el argumento utilizado para esa picardía contenga al menos una reivindicación social, escogieron el más absurdo e incoherente, como el de celebrar las elecciones el 6 de septiembre, en lugar del 18 de octubre, fecha decretada por el Tribunal Supremo Electoral. Como si con esos cuarenta días de adelantamiento resolviéramos todos los problemas que aquejan a nuestra Patria.

Lo que menos pudieron imaginar los protagonistas de estos acontecimientos, es que el asedio acarrearía también el bloqueo del transporte de oxígeno, imprescindible para los múltiples pacientes del Covid19, y cuya falta ocasionaría su muerte inminente, como fue el caso de la hermana del propio sitiador.

Entretanto, derrotada que fue la asonada bloqueadora, no es justo que volvamos a los mismos pasos del día en que a estos perversos se les ocurrió protagonizarla, saliéndose del entuerto como si nada hubiese acontecido. El gobierno de la Sra. Áñez está en Palacio por el clamor de un pueblo que luchó durante 21 días para librarse de la dictadura, acompañada de la patriótica participación de policías y militares que escucharon ese clamor y le devolvieron la institucionalidad a Bolivia, dolosamente cercenada por una atrabiliaria tiranía de catorce años.

Vencer al enemigo sin librar batalla, es la suprema habilidad que cualquier General anhela, y luego de lo ocurrido, está claro que antes de concurrir a unos comicios que ya están condenados a priori por los sitiadores, se nos devuelva la paz y tranquilidad a los bolivianos, disponiendo el retorno a nuestra República de Bolivia, con una Constitución que nos garantice el retorno de sus instituciones, mediante el levantamiento de un Censo Poblacional que nos brinde información fidedigna; la elaboración de un nuevo Padrón Electoral; una nueva Ley de partidos políticos acorde con la verdadera realidad que vive nuestra patria; el cierre de la Asamblea dualista y el enjuiciamiento de todos los bribones que sembraron el caos y la muerte en el país. Si se quiere la paz, hay que prepararse para la guerra, especialmente aquella proclamada por los facinerosos como una guerra incivil.

 
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