Una broma



Carlos Prieto B.

Según se cuenta en mi pueblo natal Pucarani, capital de la provincia Los Andes, a mediados de siglo pasado, llegó en esta localidad una mujer muda, es decir, sin habla, de tez morena y tersa que se hizo pasar por la Virgen de Remedios.

Al amanecer del 15 de julio de 1965, llega a Puerto Pérez un bote rústico en el cual iba una mujer de pollera, con la vestimenta rasgada y sucia; con la mano izquierda adolorida y en ademán de agarrar a su pequeño hijo, de pronto alguien dice: es la Virgen de los Remedios. Ante este anuncio milagrero, comienza el repique de las campanas del templo, y a este llamado se congrega rápidamente el pueblo que se postra de hinojos, hay llanto, desesperación en algunos y en otros alegría y le llenan de atenciones, empezando de las autoridades, terminando en el último habitante.

Pero no falta en estas ocasiones un incrédulo, un disconforme que empieza murmurar, y en ese instante de la casa de este sujeto, empieza a elevarse grandes llamaradas que en pocos minutos la vivienda es consumida por el fuego.

Es posible que haya sido una rara coincidencia, pero el pueblo atribuye a este hecho un castigo divino el haber cuestionado la presencia de la humilde mujer. Luego fue embarcada en un camión para llevarla rumbo a Pucarani, la acogedora población que se adormecía en un atardecer brumoso y gélido, donde la comitiva es recibida por el subprefecto, señor Secundino Rivera, quien ante la llegada de la mujer y luego de los informes, se postró de hinojos pidiendo perdón y bendiciones para su familia y el pueblo. Ante esta muestra de fe crece la simpatía desbordante por todas partes y sin pensarlo la llevan al templo del lugar y la hacen sentar en un vetusto sillón, cuando la interrogan sólo responde con ademanes por su condición de muda, pero que la gente no sabía nada de este impedimento.

Y bien, así termina el día, y mi querida y recordad tía Susana Prieto, muy ufana saca de su petaca de cuero, una hermosa sábana sin estrenar, bordada por delicadas manos, por supuesto, no solamente eso merecía si en verdad era la Virgen de Remedios, patrona del pueblo.

Al día siguiente la mujer que se había quedado en el templo, seguía recibiendo ofrendas de toda naturaleza, ya por la tarde, cuando creó estar libre de toda mirada y atención, se dejó convencer con el subprefecto, que quiso pasar por un empedernido don Juan y aceptó libar unas cervezas en la tienda de doña Emiliana Cordero.

La tendera, llevada por la curiosidad observó la actitud ligera de la supuesta Virgen, azorada parecía que sus ojos se iban a salir de las órbitas, observó que el citado subprefecto tomaba y acariciaba las manos de la mujer y ella respondía con ademanes de complacencia. El corazón de la tía empezó a palpitarle furiosamente, parecía que iba a estallar, estaba como una fiera enloquecida a punto de saltar sobre su víctima.

Sin duda, doña Emilia era una severa y celosa dueña de la tienda, ¡no! y ¡mil veces no! se dijo para sí la sorprendida mujer, sentenciando luego: ¡no seré yo quien vaya a ocultar semejante infamia! Con paso firme salió a la plaza del pueblo para comunicar a gritos a los vecinos la actitud deshonesta de la pareja que ya se encontraba embriagada.

Todo había transcurrido de manera inesperada y rápida que el pueblo no atinaba a reaccionar ni afrontar estar terrible realidad. Así como la recibieron la sacaron tostando a empellones del pueblo.

Esta es la historia de esta humilde mujer muda que el pueblo le atribuyó como enviada divina y la hicieron pasar por la Virgen de Remedios, que los pucaraneños jamás olvidaremos.

 
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