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[Ignacio Vera]

La espada en la palabra

Del campo a la ciudad: la ilusión del progreso


Muchos piensan que el flujo humano campo-ciudad es bueno en todo sentido y que es un indicio del progreso y el desarrollo. Falso. Esta cuestión puede ser analizada desde los puntos flacos del marxismo, y es que para esta doctrina dogmática no existen consideraciones teóricas específicas y detalladas en torno al qué hacer con el campesinado una vez instaurada la dictadura del proletariado y eliminada toda lógica de acumulación de capitales. Como toda ortodoxia, el marxismo tiene puntos vagos y flacos, susceptibles de ser puestos contra la pared.

Lo cierto es que los campesinos nunca desaparecerán -no deberían- de ninguna sociedad, por muy desarrollada que ésta sea. Todo socialismo coherente apunta a la industrialización del Estado, y debe saber que el elemento rural y campesino nunca podrían desaparecer de una sociedad, por el hecho de que las papas, las zanahorias y la cebada no pueden brotar de las entrañas del frío y metálico piso de una industria urbana. Y aunque no guste al socialismo, en la producción agraria siempre primará una lógica económica de propiedad privada; podría refutarse esta afirmación con la aseveración de la existencia de las tierras de comunidad y, más aún, del ayllu andino, pero esto vale solamente para comprender la vivienda y la organización familiar, mas no la producción de alimentos, cuyo funcionamiento siempre gira en torno a una jerarquía de propietario (de tierra, semillas fertilizantes e instrumentos de labranza)-peón.

Gran parte de lo que los gobiernos latinoamericanos catalogaron como logros, estuvo relacionado con la movilidad de personas del campo a la zona urbana o periurbana. Pero el asunto es una pantalla, una ilusión, dado que desde el punto de vista psicológico, siempre se tiende a relacionar la ciudad con el progreso y el campo con la pobreza, olvidando que también en la campiña y el fundo puede haber tecnología avanzada y, sobre todo, ganas de vivir allí en quienes son sus moradores.

Que las personas migren del campo a las urbes sí tiene ventajas sociales a nivel macro y micro, es algo innegable; estas ventajas están vinculadas, a grandes rasgos, con el acceso a la educación y la salud. Los migrantes adultos adquieren una cultura nueva, sus hijos ingresan en las universidades y sus nietos en los colegios. Así, se sumen en la realidad del mundo globalizado e intercomunicado. Además, adquieren la posibilidad de acudir a hospitales y centros de salud mucho más equipados que los que tenían en el campo.

Pero la verdad es que el campo o las zonas rurales no tendrían por qué ser sinónimo de pobreza o de ignorancia. En consecuencia, lo que debieran hacer los gobiernos latinoamericanos, o el gobierno boliviano en particular, siguiendo lo que hacen los países con economías y políticas prácticas y pujantes, es implementar políticas públicas para que el campesino permanezca en la gleba, con colegios y centros de salud de buen nivel a su alcance, otorgándole instrumentos modernos de labranza, cultivo y cría de ganado. Haciendo esto, no solamente los campesinos entenderían la importancia de su oficio para el porvenir de su desarrollo privado y el estatal, sino que quienes estudian en las urbes carreras técnicas relacionadas con el agro o ingenierías, irían a poner en práctica sus conocimientos en centros de producción agropecuaria estimulados por el Estado. Y así, la economía se dinamizaría.

Lo que hay que entender es que la zona rural no es o no debería ser sinónimo de pobreza o de retraso. Las sociedades y los Estados más modernos del mundo tienen reservas rurales con sus respectivas sociedades campesinas viviendo allí, y éstas no se encuentran en una situación paupérrima ni de precariedad, más bien todo lo contrario, tienen todos los insumos para llevar una vida interconectada con el mundo y, sobre todo, educada.

El siguiente gobierno boliviano debe saber que el flujo migratorio campo-ciudad no es tan bueno para el desarrollo como se nos ha querido hacer creer.

El autor es licenciado en Ciencias Políticas.

 
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