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[José Carlos García]

Somos responsables del demoledor cambio climático


Somos como sonámbulos sin saber hacia dónde nos dirigimos. Si podemos despertarnos o no depende de si podemos caminar con responsabilidad en nuestra Madre Tierra. El futuro de toda la vida, incluida la nuestra, depende de nuestros pasos conscientes. Aprendamos a vivir de una manera tal que sea posible un futuro para nuestros hijos y nuestros nietos.

Si pretendemos vivir como hemos estado viviendo sin pensar en el futuro, destruyendo nuestros bosques y emitiendo gases de efecto invernadero, el devastador cambio climático es inevitable. Gran parte de nuestro ecosistema será destruido. Los niveles del mar subirán y las ciudades costeras se inundarán, obligando a cientos de millones de refugiados a abandonar sus hogares, creando guerras y brotes de enfermedades infecciosas.

Necesitamos una especie de despertar colectivo. Entre nosotros hay hombres y mujeres que están despiertos, pero no es suficiente. Muchos de los seres humanos parecen dormir. No pueden escuchar el sonido de las campanas. El cambio climático es la fiebre de un modelo de desarrollo enfermo, el síntoma de que consumimos y emitimos a la Tierra más de su capacidad natural de regeneración.

Constatamos los efectos con fenómenos climáticos extremos cada vez más frecuentes e intensos (olas de calor, sequías prolongadas, lluvias torrenciales, subidas del nivel del mar, deshielo de glaciares...). Desde hace más de 50 años científicos y ecologistas nos advierten de que la emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI) a la atmósfera, como consecuencia de la quema de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas natural para producir energía, unido a cambios de usos del suelo por deforestación y agricultura insostenible, alteraban la dinámica del clima. Sin embargo, y a pesar de acuerdos internacionales como el Protocolo de Kioto (1997) y el Acuerdo de París (2015), todavía siguen creciendo las emisiones de GEI, y los impactos ya casi nos desbordan, de forma más intensa en los países en desarrollo, al estar situados en regiones más vulnerables y disponer de menor capacidad de adaptación. Esto exacerba aún más la injusticia, ya que son los que menos emiten.

La buena noticia es que hay signos de esperanza, las personas hemos salido masivamente a las calles con los jóvenes a la cabeza para exigir a los gobiernos, empresas y sector financiero (y a los políticos al servicio de banksters) que actúen y lleven a cabo la imprescindible transición ecológica con la ambición y el ritmo suficiente para evitar los peores impactos del cambio climático. Tenemos un gran desafío por delante, pero también la oportunidad de actuar juntos para contribuir a reconectarnos con el planeta.

¿Cómo podemos contribuir a mejorar la situación?

No tenemos que desesperarnos por el calentamiento global; podemos actuar. Si solo firmamos una petición y nos olvidamos de ella, nada va a cambiar. Hay que tomar medidas urgentes a nivel individual y colectivo. Todos necesitamos poder vivir en paz y sostenibilidad ambiental. Lo que la mayoría de nosotros aún no tenemos son formas concretas de hacer realidad nuestro compromiso con la vida sostenible en nuestra vida cotidiana.

Me han llegado unas preguntas para la reflexión:

• ¿Eres consciente de que tu forma de vida repercute en el cambio climático?

• ¿Cómo sería desarrollar tu compasión hacia todos los seres sensibles?

• ¿Te imaginas perder tu hogar y convertirte en refugiado climático?

• ¿Puedes sentir el sufrimiento que generan los incendios, las inundaciones y las sequías?

• ¿Podrías comprometerte con un consumo responsable para proteger la Naturaleza?

Cada vez somos más conscientes de la necesidad de contribuir a un buen clima y no es necesario hacer grandes inversiones, tenemos al alcance de nuestra mano la llamada Economía Circular, que nos permite considerar el impacto ambiental de nuestro consumo, para ello podemos realizar pequeños-grandes gestos.

Cuando nos sentimos parte de la naturaleza podemos disfrutar de pequeñas acciones que nos reconectan con ella. “Hace 30 años, escribió un admirado amigo, decidí instalar un panel solar para calentar el agua en el tejado de casa. Me desalentaron diciéndome que era más caro, que iba a tardar mucho en recuperar el coste. Yo los oí, pero decidí escuchar a mi corazón y seguí adelante con el proyecto. Nueve meses al año no gasto energía fósil en calentar el agua, y además siento gran satisfacción sabiendo que el agua que resbala por mi piel es un regalo del sol”.

Caminar, ir en bici, usar el transporte público, compartir coche, son alternativas al uso del coche privado. Usar pequeñas bolsas de tela, para comprar fruta y verdura, recuperar la costumbre del carrito de la compra y comprar cerca de nuestro domicilio para evitar el kilometraje y envoltorios innecesarios.

El punto limpio es el punto amigo. En algunos barrios, el Punto Limpio que pone el Ayuntamiento nos permite tirar todo lo que no debe tirarse en otros contenedores. Asociarse o realizar algún donativo, con alguna ONG comprometida con la causa del medio ambiente.

Con un par de grados que se reduzca el aire acondicionado y/o calefacción, ya se está en el camino del cambio y el compromiso. Productos de lino, cáñamo, fibra de madera, acero, vidrio; son opciones a las bolsas y botellas de plástico.

Sólo es abrir los ojos, reflexionar y consultar para comprometernos en esta responsabilidad insoslayable.

El autor es Prof. Emérito U.C.M.

 
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