[Raúl Pino-Ichazo]

Pasadas las elecciones


Entre los humanos es muy fácil lanzar y difícil recibir críticas. La actitud de desechar cualquier cosa útil que contenga la crítica es factor común, porque se considera una crítica como un ataque. Sin embargo asimilar las críticas con seriedad, sin importar lo inútiles que sean tampoco acarrea beneficio. El sabio pueblo boliviano desea que los políticos comprendan que el poder que ansían debe ser comprendido desde sus orígenes, cuando las polis griegas entendían que la posesión del poder sirve sólo a un fin: al bien común de la población. Si esto fuera entendido plenamente, como lo enseña la ciencia política, evitaríamos la corrupción, la malversación y la vileza de los políticos.

Parecería que es más fácil lanzar una crítica que recibirla, y no siempre es el caso, al menos si la persona quiere hacerla bien. Por ello es muy importante establecer la diferencia entre crítica y retroalimentación, de cuya digresión científica extraemos: la crítica es sentenciosa y acusatoria e involucra etiquetar a la persona, sermonear, moralizar y hasta ridiculizar con dos vertientes: el sarcasmo y el sardonismo, conceptuando a la primera como la ironía hiriente y mordaz, con la que se insulta, humilla y a la vez se ofende a alguien y a la segunda le corresponde la afectación y la maledicencia irresponsable.

La retroalimentación se centra básicamente en proporcionar información concreta para motivar en el recipiente o receptor a reconsiderar el comportamiento.

La crítica implica ineludiblemente hacer suposiciones negativas sobre los motivos de la otra persona a la que lanzamos la crítica. La retroalimentación reacciona no a la intención, sino al resultado real del comportamiento.

La crítica, si se la lanza incipiente o pobremente, con frecuencia incluye consejos, órdenes y ultimatums, lo que hace que la persona que la recibe se sienta enojada y a la defensiva, socavando cualquier posibilidad de beneficio. La retroalimentación, por su parte, no se centra tanto en cómo debe cambiar la persona, sino que trata de provocar una discusión sobre los beneficios del cambio.

En general, parece que la crítica es muy difícil de aceptar en las culturas occidentales y es vista como una amenaza o un ataque a la autoestima, o como una violación a las reglas sociales. En las culturas del lejano oriente, la autoestima es importante, pero más importante es mejorar uno mismo.

Lo importante, cuando se oye una crítica, es escuchar y no ponerse a la defensiva. Pero tampoco se debe asumir que la crítica es correcta, siempre es sabio determinar en el transcurso de la crítica qué información es valiosa y relevante y desechar la que no lo es.

Solamente basta dar un repaso a los medios de difusión escritos y mucha atención a los orales, específicamente, ahora que ya pasó el fervor eleccionario, para concluir que todos los políticos, sin excepción, simplemente con la diferencia de la acentuación, están encadenados a un egocentrismo enfermizo que les impide absorber las críticas con criterio de beneficio y sólo buscan, sin analizar el contexto de la crítica y enervarla sistemáticamente, reivindicar su posición con otro ataque más incisivo y cáustico. El ganador merece todo el apoyo de los votantes, pues es mayoría y todos los bolivianos sienten en lo profundo de la verdad que merecen vivir mejor y para ello es vital apoyar cualquier propósito noble de progreso, venga de donde viniere.

Si no se actúa así y se asume con real asentimiento el resultado, no se respeta el derecho soberano al candidato preferido, a su fama y dignidad, y nunca conocerán dónde se inicia y termina el derecho propio y el de los demás, que es una regla moral excelsa para la pacífica convivencia social y único mecanismo que genera el respeto de la población hacia el sujeto que vive de la política.

Ahora es tiempo de dosificar la crítica y esperar las acciones del nuevo gobierno que venció en las elecciones, considerando como un factor muy positivo que todos los partidos políticos incrementaron la participación de la mujer, extractando la sana consecuencia de que en el futuro inmediato, esa participación de la mujer en la política llegue una proporción equitativa con los hombres. Tal determinación no debe pasar desapercibida, sino ser altamente valorada, pues la mujer por su intrínseca naturaleza es una conspicua buena administradora e invulnerable ante la mendacidad y la corrupción.

El autor es abogado Corporativo, postgrado en Arbitraje y Conciliación.

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