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La estafa del siglo, reeditada

Ernesto Bascopé Guzmán

Millones de electores bolivianos fueron estafados en 2005. Las víctimas del engaño, entre ingenuas e incautas, creyeron que el candidato del MAS, el partido del fraude, sería un presidente necesariamente honesto y trabajador. Sus votantes, mayoritarios en aquella ocasión, estaban seguros de que la elección de dicho candidato significaría una ruptura con el pasado y una transformación radical del Estado.

Esta convicción se basaba en argumentos de una lamentable superficialidad: el tono de la piel y una supuesta “pureza original” del candidato. En efecto, el MAS afirmaba, apoyado por todo lo que entonces contaba como intelectualidad de izquierda, que los rasgos físicos de su caudillo eran una prueba suficiente de su capacidad para dirigir el país.

En el mismo sentido, se aseguraba que votar por el partido del fraude implicaba una especie de reparación histórica hacia lo que se ha venido a denominar “pueblos originarios”, como si el señor Morales fuera su representante indiscutido y absoluto. Una variante de esta falacia consistía en afirmar que aquel caudillo personificaba a las clases populares.

El desengaño, como suele ocurrir con las estafas, fue especialmente cruel. El MAS en el poder no sólo reprodujo las peores prácticas políticas del pasado, sino que terminó perfeccionándolas hasta los límites de la ignominia. A título de ejemplo, pensemos en la corrupción del Fondo Indígena o el macabro montaje del Hotel Las Américas.

En 2005, cualquier observador objetivo hubiera concluido que las promesas del masismo carecían de fundamento. Por una parte, su líder había sido formado en el mundo sindical, con sus prácticas autoritarias y tramposas. Adicionalmente, muchos de los que rodeaban a Morales provenían de la izquierda boliviana, que nunca vio en la democracia otra cosa que un mecanismo para hacerse con el poder absoluto. Finalmente, es evidente, siempre lo fue, que las características exteriores de una persona, como el bronceado o la forma de la nariz, no tienen ninguna relación con cualidades como la inteligencia o la honestidad.

Sin embargo, un eficaz aparato de comunicación y propaganda logró convencer a amplios sectores del país de la realidad de estas mentiras, que se repitieron y aceptaron como la verdad revelada. Así, el gobierno precedente se permitió decir cosas absolutamente contrarias a la razón y al sentido común. Consideremos, por ejemplo, la grosería de afirmar que un grupo humano, por encima de cualquier otro, constituía una especie de “reserva moral”, cuya superioridad nadie podía discutir. O, peor aún, el argumento de que el caudillo tenía el derecho de ignorar la Constitución.

Estas ideas, absurdas por donde se las mire, fueron repetidas por intelectuales y periodistas amigos del régimen, ya sea a cambio de dinero o, con menos frecuencia, por verdadera convicción.

Luego de esta lección, tan dura, sería de esperar que los votantes no cayeran de nuevo en el mismo engaño. Desafortunadamente, la campaña electoral ha demostrado lo contrario. El daño causado por catorce años de mentiras parece ser duradero.

Encontramos, por ejemplo, que el candidato del MAS, marioneta de Morales, puede presentarse como un tecnócrata serio y eficiente, aunque durante su gestión como Ministro de Economía se haya desperdiciado más recursos, en elefantes blancos y corrupción, que en cualquier otro periodo de la historia nacional.

Pero no es el único candidato que recurre a esos métodos discutibles para falsear y ocultar la realidad. Existen otros políticos que juegan con argumentos gastados, como la pertenencia regional o étnica, o incluso la ostentación de características personales, tan superficiales como el tono de la piel en el pasado. Las malas prácticas del masismo parecen tener alumnos entusiastas.

Es improbable que los candidatos descubran la honestidad en los pocos días que quedan antes de las elecciones. El único camino consiste en que los electores eviten caer en la trampa, otra vez. ¿Lo lograrán? Esperemos que sí, pues la alternativa es el retorno, quién sabe por cuánto tiempo, de los estafadores. Lúgubre perspectiva.

Ernesto Bascopé Guzmán es politólogo.

 
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Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender
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Reinició sus ediciones el primero de septiembre de 1971.

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